Pasión por el té

A pesar de que nuestro país es uno de los lugares en el mundo donde más té se consume per cápita, la cultura de la bolsita nos ha cegado a las muchas variedades, sabores y aromas que hay para disfrutar de este brebaje milenario. Eso, hasta ahora.

“Hay veces en que me siento con una taza de té y me voy lejos. Hay veces en que me siento con una taza de té y contemplo el día. Hay veces en que me siento con una taza de té y ruego que el día sea más largo. Hay veces en que, simplemente, me siento con una taza de té”. De seguro, estas palabras representan a muchos de los amantes de este brebaje, y cómo no, si ellas pertenecen a Miriam Veletta, dueña de uno de los salones de té más afamados del mundo.

A pesar de que la costumbre de poner hojas de té en el agua hervida para darle un mejor sabor comenzó en China por el año 250 antes de Cristo cuando ya conocían incluso los múltiples beneficios del té, son hoy los ingleses los más emblemáticos representantes de él con su clásico five o’clock tea, o la rigurosa costumbre de tomar té a las cinco de la tarde.

Y aquí, los chilenos, llamados los ingleses de Sudamérica, no nos hemos quedado atrás y aportamos una buena cantidad de las 15.000 tazas de té por segundo que se consumen internacionalmente, ya que somos el octavo bebedor de té per cápita en el mundo y el primero a nivel Latinoamericano.

El “tecito” del desayuno, el de después de almuerzo y el de la once ya son clásicos que se destacan en la dieta criolla, pero no precisamente por su calidad, ya que el típico té en bolsitas no es de lo mejor. “Según las normas inglesas, un té, para denominarse ceylán debe tener al menos un 40% de ése té. En Chile, ni siquiera existe este tipo de regulación”, cuenta Antonio Fernandez, dueño de una tienda especializada en té.

El té en hojas comenzó a quedar atrás aplastado por la necesidad de optimizar nuestro tiempo cada vez más. Las bolsitas son una opción mucho más cómoda para preparar el tan apetecido brebaje.

Así, la calidad, las variedades, los aromas que eran entregados por las hojas quedaron en el olvido. Eso, al menos, hasta hace unos pocos años. “Primero nos costaba muy poco hacer el negocio, porque la gente llegaba a preguntarnos todo, no sabían mucho. No llegaban a buscar algo específico”, relata Fernández.

Hace cinco años se instaló en el Parque Arauco y comenzó a vender sin que la gente entendiera mucho, más por curiosidad de algunos, por probar nuevos sabores.

Lo mismo que ocurrió hace ocho años cuando el salón de té Le Flaubert recién se instaló en Orrego Luco, Providencia. Pero los amantes del té se fueron refinando con el tiempo, aprendieron y ahora exigen. “Desde hace unos tres años que viene mucha gente joven, de menos de 20 hacia arriba, que antes no tenía cultura del té porque estaba mucho lo de las bolsitas de papel, entonces esto quedaba sólo para los adultos. Ahora hay más variedad de té en el mercado. Después de que se compra este té es difícil que quiera tomar en bolsita”.

Los chilenos que han aprendido a valorar la variedad. Ya no esperan que se les guíe en la materia. “Hoy el cliente busca su té particular, nos pide continuidad en los productos y entonces tenemos que mantenerlos más constantes de la línea”, cuenta Fernández.

La estrategia para satisfacer a estos nuevos conocedores del líquido más bebido en el mundo, después del agua, parece ser la entrega de un producto sembrado, cultivado, cortado y procesado de la manera más tradicional posible. Esto, porque el sabor cambia cada vez que en uno de los procesos de elaboración, intervienen máquinas en vez de manos: “Lo que hace ‘Whittard’ es volver a los orígenes, al té de hoja, al recolectado a mano. Damos una vuelta atrás buscando la calidad”, explica el dueño de la tienda.

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